Bajo el nombre de “La Mujer que quiero ser”, la Subsecretaría de Relaciones Públicas e Institucionales del Ministerio de Cultura atiende política de género. La propuesta ya ha alcanzado diferentes instituciones y se encuentra a disposición de las que la soliciten.
“Estando afuera ni se me hubiera ocurrido participar de una cosa así”, confiesa Laura (33), una de las internas del penal de mujeres de Villa Lanús, que participa los jueves del taller “La mujer que quiero ser”.
Bajo ese nombre, la Subsecretaría de Relaciones Públicas e Institucionales del Ministerio de Cultura inició en marzo esta serie de talleres para trabajar la conciencia emocional. La propuesta ya llegó a grupos de mujeres de asociaciones civiles y de organismo del Estado, asilos de ancianos y está a disposición de las entidades que lo soliciten. En el caso del Penal de Mujeres de Villa Lanús, la presencialidad es semanal, con un equipo de mujeres liderado por Paula Vogel. “Cuando uno se compromete con gente en situación de encierro, hay que dar continuidad para lograr cambios”, afirma esta profesora de Educación Física con amplia formación en inteligencia emocional.
Paula no va sola, sino con un equipo que rota: Miriam Alegre y Kitty Neese son las profes de Plástica que se turnan para asistir, Julia Ratti y Lucrecia Ancarani apoyan como voluntarias, la docente jubilada Juana Méndez comparte sus saberes de bordado, y en algunas oportunidades, la propia subsecretaria se acerca a colaborar. “Con esta serie de talleres estamos trabajando en inteligencia emocional, que es uno de los lineamientos que propone el gobierno provincial”, explica Celina Jedlicka a cargo de la mencionada Subsecretaría, de la cual dependen también áreas de Diversidad, Cultura y Género.
Un taller que busca incluir
En su formato puro, el taller apunta a que las participantes tomen contacto con sus emociones, “contactando con una parte a veces muy herida y por eso olvidada. Nos apoyamos en la teoría de las inteligencias múltiples, la conciencia emocional, la autogestión de las emociones”. Sin embargo, en el penal la propuesta se adapta al momento que toque transitar.
Allí hay actualmente 39 internas, algunas procesadas y otras en espera de tener su juicio y su sentencia. De lunes a viernes hay muchas a actividades, como escuela secundaria de mañana, primaria de tarde, taller de tapicería, de pintura sobre tela, de peluquería, de educación física. Las internas circulan entre estas actividades. Algunas ya son habitués de las citas con Paula, aunque el número de asistentes siempre varía.
“Cuando por alguna razón me tocó venir sola, simplemente me senté a charlar con ellas, haciendo ronda de mate y escucha. Cuando venimos en equipo, puedo proponer alguna actividad lúdica, algún espacio de expresión. Traigo siempre lecturas, sobre las que reflexionamos Y siempre cerramos con la clase de pintura, que la dan Kitty o Julia, que a ellas les gusta mucho”.
Por su parte, las voluntarias apoyan la labor de la docente mientras van creando un vínculo con las internas. “Vemos las necesidades del momento. Tratamos de colaborar con lo que se pueda, acercar libros, conseguir donaciones o atender alguna necesidad puntual”. En el penal hay una interna que se ocupa de manejar el stock de libros y hacerlos circular. También hay otra que cuida los elementos de pintura.
“Algo de lo que me di cuenta es la necesidad de incluir al personal de guardia en mi enfoque. El taller lo hacemos con las internas, pero si traemos facturas, por ejemplo, cuidamos de que sean para todas. Y en alguna oportunidad, dimos un taller para las guardiacárceles”. Es que, al ver el trabajo, Valeria Mereles, subdirectora del Servicio Penitenciario solicitó que también se desarrolle con el personal femenino de las unidades penales de Zona Capital. “Es muy interesante y movilizador para ellas que tanto las internas como el personal externo estén recibiendo la misma capacitación”, afirmó la directiva.
Circunstancias diversas
Las clases sociales, las edades y las circunstancias que las han traído se mezclan implacables en este centro de reclusión, que todas coinciden en calificar como “de condiciones aceptables”. Aunque tampoco dejan de decir que “estar adentro no es fácil”. Eso se entiende claramente cuando en las historias que cuentan empiezan a aparecer hijos, madres, familia o seres queridos, con los que la distancia va ganando espacio.
Sabrina (19) parece lista para salir a tomar tereré a la costanera. Sin embargo, hace un año y siete meses le toca esperar su juicio tras las rejas. Esconde la mirada debajo del largo cabello, mientras se detiene en los detalles de una flor que está pintando. “Esto sirve para aguantar. Para no pensar”, susurra, visiblemente conmovida.
Daniela (59) hace un año y 8 meses que espera se resuelva su caso. Su familia está en Buenos Aires y no la ve desde ese momento. Antes de “caer”, cuidaba personas mayores. “No sabía que tenía orden de captura y me vine de paseo a Misiones”, cuenta.
Carolina (46) tiene el ceño marcado, aunque su charla es calmada y amable. “Lo tomo como terapia”, dice, sin prestar mucha atención al lirio que está pintando. Su familia está en Puerto Rico. “Este espacio nos sirve para charlar de nuestras cosas de otro modo”, asegura.
Fernanda se casó estando interna, y el equipo que realiza el taller se ocupó de asistirla con la ropa de su boda. En un año terminará su condena y podrá reunirse con su esposo.
Nota: los nombres de las internas son ficticios
Disponible para otras instituciones
“Este taller está disponible para instituciones públicas y privadas donde exista el interés de fortalecer a la mujer a través de la conciencia emocional”, recordó Jedlicka. “Queremos llegar a los 77 municipios. El cambio de paradigma que estamos viviendo nos muestra que como sociedad necesitamos potenciar un ser humano ligado a sus emociones y autoconocimiento, interactuando con otros, aprendiendo a reconocerse igual y a la vez diferente, pero siempre respetando la vida como principio fundamental de todo”.