Por Jorge Cardoso, desde Arles, Francia, Septiembre del Año de la Pandemia
Hace algunos años me comunicaron el fallecimiento de Alberto Chávez a causa de un cáncer de próstata. Fue un golpe duro: se cerraba un ciclo. Por tal motivo nunca más volví a visitar su taller. Pero acabo de tener una doble sorpresa. La primera es que mi información era falsa: Alberto estaba vivo; y la segunda, que ha fallecido el martes 18 de agosto. Tremendo y macabro descubrimiento. Nuestra vieja amistad no pudo sino estar vinculada a la guitarra y a mi maestro Lucas B. Areco.
Mi primera guitarra, de segunda mano, apareció en un remate de la antigua Casa del Tractor, en la esquina de Buenos Aires y Córdoba, cuyo martillero y propietario se apellidaba Rodas. Fabricada por la Antigua Casa Núñez de Buenos Aires, era vieja y estaba en muy mal estado. Sin embargo, y como no había otra guitarra a la vista en Posadas, mi padre me la compró casi sin disputarla ya que muy pocos se interesaron por ella. Por consejo de Areco la llevamos a reparar a lo de un señor, lo digo sin ninguna certeza, de apellido Torres, cuyo taller estaba en Arrechea y Coronel Alvarez, a una cuadra de la antigua Placita. La reparó, le puso clavijeros nuevos y la lustró dejándola como nueva. Yo tenía 10 años y durante mucho tiempo no oí hablar de ningún otro artesano como Torres. Hasta que apareció Chávez.
Fue Areco quien me habló con mucho entusiasmo de él y de la calidad de sus instrumentos. ¡Por fin en Posadas teníamos un verdadero luthier! Guitarrero, como se los llama actualmente y a mucha honra en España, o violeros, hace varios siglos, al que hace violas. Fuimos juntos a su taller, nos conocimos, y desde entonces no dejé de visitarlo cada vez que viajaba a Posadas.
Mi vieja guitarra Núñez había sido abandonada y reemplazada muchos años antes por otra de la misma factoría pero muy superior a ella, de concierto, para cuya compra tuve que que viajar a Buenos Aires. Y, desde entonces, la pobre cayó en desgracia. Debido al abandono, a la humedad o a la edad, la caja se rajó. Como Chávez todavía no existía para mí, intenté repararla por dentro… yo mismo… ¡con aquél horrible Poxipol gris!
En una de mis visitas, le comenté del mal estado de ésta, que él, inmediatamente, consideró que había que restaurar, no tanto por su valor en sí, que era escaso, sino simplemente merecía la pena porque fue la guitarra con la que aprendí a tocar. Llegamos a un excelente acuerdo: él me la restauraba y a cambio, yo le llevaba desde España un juego de maderas de alta calidad, tan difícil de encontrar en nuestra tierra en aquellas épocas.
Hablé con uno de los mejores guitarreros del mundo, mi amigo Manuel Contreras, para pedirle que me vendiera ese material precioso. Su taller estaba en la Calle Mayor 80, de Madrid. Como le resultó extraño mi pedido tuve que explicarle el porqué. Cuando le conté lo de Chávez y las penurias para hacer excelentes guitarras por falta de buen material. Me dijo, «a nosotros nos sobran aquí y, sin embargo, algunas maderas vienen de allá. Es justo que este colega amigo tuyo pueda darse el gusto». Me dio palisandro de la India para la caja y pino abeto alemán para la tapa, todo de primera. Y rehusó cobrarme. Contreras era muy solidario con los latinoamericanos, sean constructores, estudiantes o concertistas.
A Chávez le saltaron las lágrimas cuando le llevé las maderas. Le dije que no era a mí a quien debía agradecer sino a Contreras. Fue un momento especialmente emotivo. Cumplida mi parte del trato, ahora había que ver qué había hecho con mi vieja guitarra. Me la pasó no sin antes insultarme de arriba abajo.
–¡Cómo pudiste ser tan bruto de meterle Poxipol! Me pasé días y más días tratando de quitarlo sin dañar la madera. Sólo a un animal se le ocurre… Aunque me defendí como gato panza arriba, ninguno de mis endebles argumentos sirvió de atenuante.
-Vos dedicate a tocar, que para esto de las maderas ya estoy yo.
-Tenés razón. Fue lo único sensato que atiné a decirle. No hay que confundirse. No fue, absolutamente, una agresión. Más bien era la reprimenda severa de un Maestro dirigida a un torpe Aprendiz. Sólo que yo, en el mejor de los casos, apenas sería un aprendiz de los palotes, nunca mejor dicho.
Algunas veces charlamos de lo diferente, en realidad de lo difícil que era hacer buenas guitarras en el interior del país. Todo el material de calidad necesario -aunque el probó como ningún otro luthier todas las maderas existentes en nuestra selva- provenía del extranjero y no pasaba de la avenida General Paz, como siempre. De modo que unos simples clavijeros mecánicos le costaban el doble que en Buenos Aires donde, a su vez, su precio el doble que en Europa. O el Palosanto de Brasil que, si bien podía conseguirse cruzando el río Uruguay a pocos kilómetros de la frontera, también había que comprarlo en Buenos Aires. Para «triunfar», si ello fuera posible, incluso para su actividad, no hay más remedio, o mejor dicho mejor «enfermedad» que instalarse en la Capital.
Esto nos llevaba a divagar sobre la posibilidad de que Alberto pudiera abrir su propio taller en Madrid, Paris, Londres o Roma, sin estas limitaciones y complicaciones ni costes desmesurados. Tendría todo lo necesario y estaría rodeado de grandes guitarristas, profesores y alumnos ávidos de excelentes instrumentos como los que el construía. Había un antecedente, una prueba de que esta fantasía no era imposible: su colega Joaquín García tuvo la brillante idea de tentar suerte en España y le fue muy bien.
Mi amistad con Alberto, marcada por el hecho de que yo vivía fuera del país, se nutría de largas charlas, mateadas y prueba de sus últimas guitarras durante mis visitas a su taller. El lamentable error que cité al principio me impidió continuar nutriéndome de su saber hacer, de su nobleza y de su amistad.
Él ya no está. Su magnífica obra permanece. Sólo que a diferencia de otro tipo de creaciones artísticas mudas, las suyas seguirán sonando.
Quién es Jorge Cardoso:
Jorge Cardoso, no es un músico más. Se trata de un posadeño, misionero, nacido en 1949, hoy residente en Francia, que tras 57 años de trayectoria en el mundo de la guitarra clásica internacional, tanto por el virtuosismo y emoción de sus interpretaciones como por la riqueza y originalidad de su obra (más de 400 composiciones que incluyen decenas de piezas compuestas con absoluto dominio de los géneros musicales latinoamericanos), es tal vez en la actualidad el mayor guitarrista clásico del planeta. La prensa especializada lo señala unánimemente como “una leyenda viva de la guitarra”.
Concertista, compositor, investigador, médico (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), y profesor superior de guitarra (Real Conservatorio de Música de Madrid), ha dado conciertos en Europa, América, Asia y África, participando habitualmente en encuentros y festivales internacionales, cursos, congresos y seminarios y en radio y T.V.
Entre sus más de 400 composiciones, hay obras para guitarra sola, dúos (dos guitarras, guitarra y violín, clave, viola, violoncelo y flauta), tres y cuatro guitarras, cuarteto de cuerdas, guitarra y cuerdas, guitarra y vientos, conciertos para guitarra y orquesta y para orquesta de guitarras y orquesta sinfónica, orquesta de cuerdas y numerosas canciones. Éstas son ejecutadas regularmente por guitarristas de todo el mundo y grabadas por más de 200 intérpretes. Otra cifra similar suman sus transcripciones y arreglos de obras de carácter folklórico de diferentes países sudamericanos, del Renacimiento y Barroco español y de otras naciones y épocas.
Es también autor de diversos libros publicados en diferentes lenguas (español, francés, polaco, japonés) en los que aborda desde el método y la técnica de la guitarra; los ritmos y formas musicales de Argentina, Paraguay y Uruguay; la interpretación del Renacimiento y el Barroco; la obra guitarrística de Lucas Braulio Areco (su maestro en la Posadas natal), hasta el arte de tocar de oído y las dolencias físicas específicas habituales en los músicos.